DIORAMA
22 de mayo de 1809: el nacimiento de Victorine colma de alegría a la noble familia Le Dieu
Hay un aire de fiesta en casa del Señor Le Dieu, magistrado de la ciudad de Avranches y de su mujer María Teresa, descendiente de una noble familia francesa.
Ayer, 22 de mayo de 1809 ha nacido Victorine, la primogénita, y hoy se le ha administrado el Bautismo. Los padres la colman de afecto y sueñan para ella, como es normal, un futuro maravilloso.
Recordando sus primeros años, Victorine escribirá: “los años de mi infancia fueron verdaderamente felices, la primera edad ha sido la edad de oro”. Todo parece prever que esta niña afortunada nunca tendrá que sufrir.
Pero Dios tiene un proyecto especial para aquella niña, que sabrá seguir con todo el corazón.
El día de la Primera Comunión acompañada de sus dos hermanos
A la edad de doce años, Victorine hace la Primera Comunión, acompañada de sus padres y de sus dos hermanos. Para ella es un día espléndido. Las personas con grandes ideales a menudo manifiestan sus altas propensiones.
Victorine está entre estas personas. Ella misma anota en uno de sus cuadernos: “El atractivo a la vida religiosa se ha manifestado desde mi infancia, y antes de cumplir los ocho años suplicaba a mis padres que me permitieran seguirla”. El primer encuentro con Jesús Eucaristía no hace sino reforzar la voluntad de entregarse totalmente: “Aquel día mi deseo más ardiente fue el de morir si no debía consagrarme enteramente a Dios”.
A este punto, los padres, preocupados, deciden mandarla a estudiar a un colegio laico para disuadirla de tales propósitos.
Firme oposición de los padres a su deseo de consagración
Victorine, se manifiesta como una persona con cualidades poco comunes: aprende a tocar algún instrumento, escribe poesías pero nada le hace olvidar su ideal, al contrario en ella crece cada día más el atractivo por la vida religiosa.
“En aquel momento deseaba ardientemente consagrarme a las misiones extranjeras, y mi corazón se ha inclinado siempre hacia las obras de misericordia y de abandono total. Y volviendo con la familia solicité de nuevo esta gracia…”
El padre y la madre se oponen enérgicamente. Es una joven guapa, instruida, rica y con muchas cualidades, ¿por qué quiere renunciar a todo esto?. Victorine se deja aconsejar por un sacerdote amigo de la familia y espera con paciencia poder realizar su ideal. Mientras, debe acompañar a sus padres por varias ciudades donde el padre viene trasladado por motivos de trabajo.
La profanación de las iglesias…Y la necesidad de una inmensa reparación
Ahí está en Poitiers en 1830. En Francia la situación política se complica. Los revolucionarios saquean las Iglesias y Victorine ve pisoteado el crucifijo. Por todos los lados hay marginación y pobreza. Y por las calles… muchos niños pobres, huérfanos y abandonados. Victorine se siente confundida y escribe: “de frente a los escándalos cada vez más crecientes, sentí la necesidad de una inmensa reparación”.
Como Jesús Redentor y junto a Él quiere reparar el mal generado por una sociedad que rechazando a Dios, se ha dejado dominar por la violencia y la injusticia sembrando miseria y división.
Un rechazo más a su petición de entrar en el Carmelo
Deseaba retirarse en el silencio del Carmelo y allí, en adoración, orar para que los hombres puedan reconciliarse con Dios, consigo mismos, con los hermanos, con todo lo creado… Una vez más vuelve a hablar con su padre pero obtiene una nueva negativa.
“Mi familia ponía continuamente obstáculos a mis deseos; no obstante obtuve el permiso para hacer un retiro y cuando estaba a punto de partir tuve que quedarme a causa de la muerte casi instantánea de mi hermano mayor”.
Y como la madre muere improvisadamente, Victorine debe cuidar al padre, que había sido ya muy probado y al que, Augusto, el hijo pequeño causaba graves problemas. También él morirá pronto asistido por Victorine.
En las obras de caridad, a la espera de poder responder a su vocación
En este medio tiempo, siempre obligada por los acontecimientos a abandonar sus proyectos, Victorine se dedica a las obras de caridad. Pero nada cambia su propósito interior. Con el pasar del tiempo y obediente al Espíritu piensa en una obra que pueda acoger en un único carisma a religiosas, sacerdotes, laicos, familias, todos unidos por el espíritu de reparación. Una obra donde encuentren eco “las alegría y las angustias de los hombres de hoy, sobretodo de los pobres y de todos los que sufren”.
Con el padre en el sur de Francia. Una grave enfermedad la conduce a las puertas de la muerte
Para asistir al padre, tiene que trasladarse al sur de Francia. Él encuentra mejoría pero Victorine no soporta el calor y cae gravemente enferma. Varias veces estará a punto de morir, sin embargo ni la enfermedad le quitará el deseo de ser toda de Cristo y la voluntad de trabajar para Él. Esta paciencia y esta fortaleza la harán cada vez más agradable a Dios.
Prodigiosa curación en la Salette. La Virgen la confirma en su ideal de reparación y de reconciliación
Gravemente enferma, Victorine pide que la lleven al Santuario de la Salette donde algún año antes la Virgen se ha aparecido a dos niños… Durante el viaje es curada improvisadamente. Nos lo cuenta ella misma: “En la primera parada me incorporé y me sentí curada. Debilidad, dolores, vómitos de sangre desaparecieron, de manera que soporté el viaje durante dos días y una noche, y al día siguiente pude hacer la peregrinación. Desde las tres de la mañana a las diez de la noche, he podido caminar, hablar y también cantar sin sentir ningún malestar. Y desde entonces estos síntomas han desaparecido”.
Victorine volverá nueve veces más a la Santa Montaña. Después de la muerte del padre, a los pies de la Virgen que llora, comprende que debe encargarse de los problemas que agitan a la sociedad contemporánea: “Quiero trabajar, reparar, reconciliar en un mundo sacudido y dividido por el mal”.
15 de enero de 1863: encuentro personal de Victorine con Pío IX que la autoriza a fundar la obra
Tribulaciones y obstáculos de todo género se cruzan en su camino por eso sólo la voz del sumo Pontífice puede confirmar si debe seguir el ideal que lleva en el corazón, un fuego que le consume sin tregua…
Con este estado de ánimo es con el que, sin ningún apoyo humano, el 15 de enero de 1863 se encuentra en Roma, a los pies de Pío IX. Él se interesa por los detalles de la obra y Victorine presenta con sencillez el proyecto que nutre desde hace más de veinte años. El Papa toma el pergamino con la súplica para erigir la obra de la adoración reparadora y da su aprobación, pero cuando Victorine expresa su deseo de retirarse a un claustro, el Santo Padre responde enérgicamente: “No, no hija mía…, a las obras de misericordia en el mundo. Debe trabajar hasta el fin y probar su fe con la caridad”.
Victorine, acoge con fe esta orden que deshace sus planes y la acepta con aquella fe que la acompañará en cualquier acontecimiento.El Rescripto firmado por el Papa es para ella el signo tangible de que Dios quiere esta obra y luchará hasta el fin para realizarla.
Comienzo de la adoración reparadora en la casa paterna de Avranches
Vuelve a Francia, y obtenido el permiso del Obispo, inicia en la casa paterna, junto a una joven, aquello que más desea: la adoración. El secreto de su vida es el de los auténticos apóstoles de todos los tiempos. En una sociedad donde Dios es despreciado, olvidado, ofendido, ultrajado y en el que tantos hermanos sufren el hambre, el abandono, la violencia, la miseria, siente el deber de dar la vida para colaborar al plan de la Redención: “El primer deber de la obra es la adoración reparadora… Ella es la fuente de la que manarán todas las gracias para las obras que se realizarán en el futuro …Sólo cuando tengamos el corazón saldamente anclado en Dios podremos inclinarnos al abismo del mal para ayudar a otros a salir de él…”
La orden del Papa hace de ella una contemplativa en la acción. Victorine se une a Cristo en la Eucaristía, y a su vez, se hace Eucaristía para los hermanos: “Nuestro Instituto debe extenderse en cualquier lugar, a favor de todas las miserias espirituales y corporales del prójimo, sea quien sea, no debe rechazar ningún acto de caridad posible, según las necesidades, los tiempos y los lugares…”
En el Mont Saint-Michel con las primeras hermanas al servicio de los huérfanos
En aquel período la célebre Abadía del Monte San Miguel, que durante la Revolución francesa había sido usada como prisión, queda libre. Victorine la había contemplado muchas veces con la secreta esperanza de que, un día, podría ser la cuna de la obra de la adoración reparadora, devolviendo así al Monte su vocación inicial, lugar de gran espiritualidad. El Obispo también tiene muchos proyectos y pide a Victorine que vaya allí para hacerse cargo. La comunidad tiene que ocuparse de los peregrinos que vienen para hacer jornadas de retiro y abrir una casa para acoger niños abandonados.
“El 15 de junio de 1865 dejamos Avranches… Nos entregaron los locales que habían servido de cárcel y que durante medio siglo habían alojado a más de doscientos hombres dedicados al humo y al vino… Los malos olores de los que se habían impregnado las instalaciones y las paredes hacían la casa casi inhabitable… Con mucho esfuerzo fueron desalojados y limpiados…, estábamos solas en aquel edificio totalmente aislado, sin puertas externas, pero el Señor era nuestro guardián”.
Los niños llegan en gran número y son acogidos con amor por la pequeña comunidad
Pronto llegarán los niños: son pobres, desnutridos, enfermos… “los acogimos con alegría, y esa misma noche nos vimos obligadas a estar en vela para prepararles la ropa necesaria, porque más de la mitad no tenía con qué cambiarse”. No hay drama humano que no haga vibrar a Sor Marie Joseph de Jésus; no hay ninguna urgencia o miseria que no la interpele. Su corazón está especialmente abierto y tiene una gran sensibilidad materna cuando se encuentra con los niños pobres, huérfanos, desnutridos y abandonados.
La obra es bien acogida por la población del Monte que encuentra en la comunidad ayuda y consuelo. Pero las dificultades no tardan en aparecer… Las ayudas prometidas no llegan, el Superior de la Abadía, preocupado sobretodo del aspecto artístico y cultural del Monte, destina a otras cosas las ofertas hechas para los niños. A la comunidad le falta de todo.
Victorine defiende sus ideas, pero la vida es cada vez más difícil hasta el día en que se le hace comprender que lo mejor para ella es marcharse… Por tanto debe abandonar la obra ahora floreciente para ir a San Maximino, en el sur de Francia. Fatigas, críticas, problemas económicos, viajes… nada la detiene.
En Saint-Maximin para encarnar su ideal en el sur de Francia
Hay que comenzar de nuevo. La Fundadora adquiere una casa con la esperanza de que lo que había invertido en el Monte le habría sido restituido, pero no fue así. Las religiosas se reúnen con ella. La comunidad vive en la pobreza más absoluta, pero cuando parece que falta todo la Providencia se manifiesta.
“Una campesina para mí desconocida quiere hablarme. Me dice: desde hace unos días me sentía impulsada a venir; me parecía oír la voz de Dios, que me decía: vete y ofrece algo a estas hermanas… Y por eso me he permitido traer un poco de aceite para la lámpara de la capilla y un poco de fruta para ustedes”.
Pero también allí, las dificultades no faltan… envidias, traiciones, calumnias. Victorine a menudo tiene que dejar la comunidad para buscar ayuda y las religiosas, dejándose influenciar por personas mal intencionadas, abandonan a la Fundadora. La casa, los muebles y hasta los ornamentos sagrados son subastados… Victorine está despojada de todo, ya no le queda nada y tiene que marchar, pero ni siquiera las injusticias sufridas la hacen desistir, sabe que Dios nunca la abandonará: “allí donde el hombre termina, Dios comienza… ¡Él sea siempre bendito! ¡Fiat!”
Navidad de 1873: en una buhardilla en París en la más escuálida miseria
Después de innumerables tentativos en busca de un techo, se encuentra en París en una escuálida y helada buhardilla que alquiló con el poco dinero que había reunido.
El día de Navidad de 1873, no teniendo otra cosa, hierve por tercera vez un hueso para hacer un poco de caldo. Una religiosa vuelve con ella y viéndola en esta situación comenzó a llorar.
Victorine Le Dieu, la rica heredera de un tiempo, se ha reducido a la más completa miseria. Pero ni el frío ni el hambre la desaniman.
Como si no hubiera pasado nada, ella anota todo en su diario para “que sirva de ejemplo y consuelo” a las que un día colaborarán en la obra querida por Dios.
¿Cómo se habrá enterado el Prefecto de París de su presencia allí? El hecho es que, habiendo oído hablar del bien que ha hecho a tantos niños, le pide que se ocupe de todos los que pululan por las calles de París. Después de todo, ¿quién hubiera tenido las ganas y la fuerza para comenzar de nuevo? ¿cómo podrá iniciar la obra que se le pide si no posee absolutamente nada? Sin embargo una cosa es cierta: aquellos niños tienen necesidad de todo. Y a Victorine no le falta la fe, la esperanza y el amor para comenzar de nuevo.
En camino hacia Aulnay con dos niños encontrados en la calle
Se le ofrece una casa en las afueras de la capital. Victorine va con una religiosa que le sale al encuentro y con los dos primeros niños que les han confiado. Una lechera se ofrece a llevarla en el carro. El viaje es pintoresco, los niños son felices. Y está claro que también Victorine goza con ellos mirando a lo lejos. Ella sabe bien que Dios ayuda siempre a quien pone su confianza absoluta en Él: “Todos amontonados con nuestro mobiliario en el carro, además de la lechera y el hijo con sus maletas, con el peligro de que se rompiera todo de un momento a otro, y además, bajo una lluvia y un temporal que no nos quería dejar, tomamos el camino indicado, y después de unas tres horas llegamos a Aulnay”.
Todos los medios son buenos para celebrarlo con los niños
Los niños aumentan como también la pequeña comunidad… Les tiene que alimentar, vestir, instruir, pero, ¿qué hacer para responder a tantas necesidades? Por esto, cada mañana, no obstante el cansancio, la enfermedad, la edad… va a la ciudad a pedir limosna… “Si no logro obtener un poco de paja para preparar el belén en un sitio, iré a llamar a otro y si es necesario a otro, hasta que no la encuentre para Jesús, que en los niños es inmolado de una manera infernal”. Esto no impide organizar momentos de fiesta como paseos en barca que ella misma lleva. Con serenidad y con mucha facilidad pasa de la oración a la caridad; de la adoración a las obras de misericordia; de Cristo presente en la Eucaristía a Cristo pobre y sufriente en la calle. Logra armonizar y vivir la contemplación de María la de Betania y la actividad de Marta…
Pero luego… una vez más aparecen envidias y calumnias. La Fundadora viene echada fuera de casa y se le prohibe llevar el hábito religioso. Vuelve a ser para el mundo la señorita Le Dieu, anciana y pobre. Ya es hora de que deje de soñar, quizá también de creer… Pero ella es también la indomable Victorine, más convencida que nunca. Recoge un poco de dinero y parte para Roma.
Quien tiene paciencia todo lo alcanza. Al final de su vida está en Roma
En Roma, pasará años durante los cuales afrontará también aquí duras pruebas. No conoce el idioma, está enferma, sin fuerzas. Para alimentarse va a la mesa de los pobres… pero Dios no la abandona. Las autoridades religiosas la vienen al encuentro. El camino se allana. La religiosa que le ha sido fiel vuelve con ella y el Señor pone en su camino a la Marquesa Serlupi que comprende su misión y viene en su ayuda. Una joven, atraída por la personalidad y el amor de la Fundadora pide de poderla seguir. Más tarde tomará el nombre de Sor Rafaela y será ella quien continuará la obra que ha comenzado a encaminarse. Victorine ha cumplido su misión, y serena por haber realizado todo lo que el Señor le había puesto en el corazón, dice a la joven que le asiste en los últimos momentos: “Yo termino, tú comienzas. Perdono a todos de corazón… Os recomiendo los niños, cuidadlos… amadlos…”
¿Son éstas la últimas palabras de su diario? una sentencia de Santa Teresa de Ávila: “¡Con la paciencia todo se alcanza!”. Sí, el Señor ha premiado sus sufrimientos los cuales le han hecho fuerte como una roca. Y Victorine,que ha entendido y experimentado la alegría de dar la vida en el seguimiento de Cristo, escribe la última palabra: “Gracias”